martes, 18 de septiembre de 2012

La razón por la que viajamos tan lejos.

Aunque la tenue luz que ilumina tu rostro enciende en destellos cristalinos tus lágrimas. Ni siquiera el vaivén del bus, el aire acondicionado que busca refrescar nuestro aliento teñido de barniz, lo que no podemos negar es que nuestra libertad se vea condicionada por que nos obligaron a ser grandes. Y aunque la razón por la que viajamos lejos es como cualquier otro propósito, seguimos viajando... en silencio, en compañía de nosotros mismos, inmóviles y estupefactos, como siempre... con la responsabilidad como cualquier cosa, como otra burda razón... y qué rabia se siente cuando la jaula es de oro y por más hermosa que se vea es jaula igual. Tengo sed de gritar y hambre de no continuar y aunque la razón por la que viajamos tan lejos sea noble, insisto es otra razón superficial. Por que lo que no todos hacen, no te convierte en héroe por hacerlo. Y aunque la razón por la que viajamos tan lejos es un misterio que es mejor no develar, te miro mientras el brillo de la luz ilumina tu pálido rostro que resalta con ese horizonte negro. Perdida como yo entre palabras y pensamientos... quizás un recuerdo aflore por tu mente, el vaivén del bus, el vibrar del asiento, los murmullos lejanos de gente desconocida, me hace creer que es la razón por la que viajamos tan lejos. Y aunque la música de mis oídos se detenga sin razón alguna y vuelva de pronto con fuerza... es lo que hacemos... ir y volver... como una playlist que nunca acaba, la misma rutina simple, esquematizada y segmentada en la que fuimos a caer y aunque no todo puede ser en colores, la vida que elegimos la pintamos con tonos acuarelados sin fugaz de luz ni de sombras. Y a pesar que el regreso es un juego de ansiedad. Expectante como niño esperando encontrar el regalo que a ojos cerrado tanto imagina. Al final da igual la razón por la que viajamos tan lejos... si en esa humilde morada nos esperan las risas y miradas emocionadas de extrañeza... esperando juntos comenzar una nueva semana.

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